sábado, diciembre 20, 2014

WhatsApp Sangriento

Los ojos de Juan lo decían todo. Vidriosos, como si estuvieran a punto de perder la batalla contra las lágrimas. Tuvo que pedir permiso para salir del salón de clases aquella tarde y sentarse en las escaleras que dan acceso a la universidad. Estaba allí, en la soledad más infinita, mientras su celular vibraba de forma incesante.
La razón por la que la mirada de éste estudiante de mercadotecnia estaba así era la enésima pelea con su novia a través de WhatsApp. Habían comenzado a discutir sobre pendejada y media 3 horas antes, y para ese momento, las sentencias que uno y otro se lanzaban, carentes ya de emoticones de corazoncitos y caritas de chango, eran crudos putazos verbales de odio y enajenación mental.
-“Creo que necesitamos darnos un tiempo. Que necesito un tiempo. Sola. No podemos seguir así”, leyó Juan a través del frío cristal. No podía creerlo. O sí. Tras la andanada de insultos y acusaciones mutuas de infidelidad, displicencia, hartazgo e inseguridad, sabía que tarde que temprano alguno de los dos iba a tirar la toalla. Él pensó que ella jamás se atrevería, por lo que leer lo que acababa de leer le resultó como una patada de vaca loca justo en medio de los huevos.
-“Cambiaste. Y no quiero estar así contigo. No quiero verte, no quiero que me busques más. Simplemente, déjame, déjame y haz con tu vida lo que quieras”, escribió la que ya era más ex novia que novia de “Juanito”, quien se derrumbó de espaldas, como si fuera una pesada bolsa de piedras a punto de reventar. Era demasiado para él.
-“No quiero que acabemos así, por favor, piensa las cosas, podemos…”, comenzó a escribir el desesperado hombre. Pero a medio texto dudó y se detuvo. Dudó, porque sabía que en el fondo la mujer que estaba a punto de dejarlo tenía razón. El explosivo carácter de ambos había chocado una y otra vez. Su relación era, sin duda, una especie de película de Rocky diaria, porque todos los días acababa en una espectacular y sonora pelea “por cualquier cosa”. Con lugar, siempre, para una secuela al día siguiente.
-“Creo que debemos vernos. ¿Vamos a terminar así, por WhatsApp, lejos? Quiero que arreglemos nuestros problemas, cara a cara”, escribió Juan, lanzando el último anzuelo afectivo que le quedaba en la bolsa.
Y pasaron 10 minutos sin respuesta. Minutos en los que el mundo entero del estudiante se centró únicamente en la brillante pantalla de su celular. Lo que pasaba a su alrededor, así hubiera sido una explosión volcánica, se convertía en nada. Los 6 meses de relación con su novia, la que juró que sería la mujer de su vida, estaban a punto de irse por el drenaje. Todo dependía de la respuesta. Y llegó....
-“No. Se acabó”.
Tres palabras bastaron. La respuesta lo dejó helado. Sus dedos, rígidos, no atinaron a contestar nada. Es increíble la manera en que todo el cuerpo deja de funcionar en armonía cuando lee algo que no le gusta.
Y en ese momento, Juan cerró los ojos. Lo hizo pidiendo un milagro al Cielo. Esperando que la Virgen y el ejército de santos, ángeles y niños dioses bajaran y lo inspiraran para sacarse de la manga una “frase matona” que resucitara su agonizante relación. Y entonces lo sintió.
Sobre la brillante pantalla de LED de su celular, cayeron un par de gotas. Pequeños rocíos que no venían de los ojos de Juan, a punto de reventar por el llanto contenido. Tampoco era lluvia, pues ese día era caluroso y las nubes se habían ido lejos. Las gotas pronto se convirtieron en delgados hilos… de baba, y Juan pudo ver que a sus espaldas estaba parado, respirando de forma acelerada, un demonio.
Sí, un pinche demonio del infierno.
La bestia, un soldado del Hades, cuya carne negra había sido quemada y lacerada desde su creación en los rincones malditos del infierno, miró fijamente el celular de Juan, y luego a su poseedor. El estudiante, por su parte, sintió como la vida misma se le salía por la boca. Todo a su alrededor estaba en llamas, y su escuela ardía, con cientos de cuerpos que se fundían en las flamas.
Si Juan no hubiera estado tan apendejado en su celular, se habría dado cuenta que en el patio de su universidad se había abierto hace cinco minutos un portal del infierno, por el que satanás estaba invadiendo la Tierra.
Si Juan no hubiera estado conteniendo el llanto, habría sentido que desde hace dos minutos un soldado infernal lo estaba mirando, con sus enormes ojos rojos sin pupilas y una mandíbula cuyos dientes, afilados como navajas, formaban una macabra sonrisa.
El joven jamás soltó su celular. Quizás para ese momento, a las puertas de la muerte, podría haber pensado en algo mejor que escribir, o despedirse de alguien que si lo hubiera amado hasta sus últimos momentos. Con los nervios, no se dio cuenta que sus dedos presionaron el icono de la “caca sonriente” en WhatsApp y se lo mandó a su ahora ex novia.
No hubo tiempo para más. El soldado atravesó el pecho de Juan, extrayendo su corazón, todavía latiendo, y devorándolo en segundos. El estudiante cayó pesadamente sobre las escaleras y rodó, mientras más y más seres demoníacos se le acercaban. Sus ojos reflejaban el terror de sus últimos suspiros. Sus ojos lo decían todo.

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