Los
ojos de Juan lo decían todo. Vidriosos, como si estuvieran a punto de perder la
batalla contra las lágrimas. Tuvo que pedir permiso para salir del salón de
clases aquella tarde y sentarse en las escaleras que dan acceso a la
universidad. Estaba allí, en la soledad más infinita, mientras su celular
vibraba de forma incesante.
La
razón por la que la mirada de éste estudiante de mercadotecnia estaba así era
la enésima pelea con su novia a través
de WhatsApp. Habían comenzado a discutir sobre pendejada y media 3 horas antes, y
para ese momento, las sentencias que uno y otro se lanzaban, carentes ya de
emoticones de corazoncitos y caritas de chango, eran crudos putazos verbales de
odio y enajenación mental.
-“Creo
que necesitamos darnos un tiempo. Que necesito un tiempo. Sola. No podemos
seguir así”, leyó Juan a través del frío cristal. No podía creerlo. O sí. Tras la andanada de insultos y
acusaciones mutuas de infidelidad, displicencia, hartazgo e inseguridad, sabía
que tarde que temprano alguno de los dos iba a tirar la toalla. Él pensó que
ella jamás se atrevería, por lo que leer lo que acababa de leer le resultó como
una patada de vaca loca justo en medio de los huevos.
-“Cambiaste.
Y no quiero estar así contigo. No quiero verte, no quiero que me busques más. Simplemente,
déjame, déjame y haz con tu vida lo que quieras”, escribió la que ya era más ex
novia que novia de “Juanito”, quien se derrumbó de espaldas, como si
fuera una pesada bolsa de piedras a punto de reventar. Era demasiado para él.
-“No
quiero que acabemos así, por favor, piensa las cosas, podemos…”, comenzó a
escribir el desesperado hombre. Pero a medio texto dudó y se detuvo. Dudó, porque sabía que
en el fondo la mujer que estaba a punto de dejarlo tenía razón. El explosivo
carácter de ambos había chocado una y otra vez. Su relación era, sin duda, una
especie de película de Rocky diaria, porque todos los días acababa en una
espectacular y sonora pelea “por cualquier cosa”. Con lugar, siempre, para una
secuela al día siguiente.
-“Creo
que debemos vernos. ¿Vamos a terminar así, por WhatsApp, lejos? Quiero que
arreglemos nuestros problemas, cara a cara”, escribió Juan, lanzando el último
anzuelo afectivo que le quedaba en la bolsa.
Y
pasaron 10 minutos sin respuesta. Minutos en los que el mundo entero del
estudiante se centró únicamente en la brillante pantalla de su celular. Lo que
pasaba a su alrededor, así hubiera sido una explosión volcánica, se convertía en nada. Los 6 meses de relación con su novia, la que juró que sería la
mujer de su vida, estaban a punto de irse por el drenaje. Todo dependía de la respuesta. Y llegó....
-“No.
Se acabó”.
Tres palabras bastaron. La
respuesta lo dejó helado. Sus dedos, rígidos, no atinaron a contestar nada.
Es increíble la manera en que todo el cuerpo deja de funcionar en armonía
cuando lee algo que no le gusta.
Y
en ese momento, Juan cerró los ojos. Lo hizo pidiendo un milagro al Cielo. Esperando que
la Virgen y el ejército de santos, ángeles y niños dioses bajaran y lo
inspiraran para sacarse de la manga una “frase matona” que resucitara su
agonizante relación. Y entonces lo sintió.
Sobre
la brillante pantalla de LED de su celular, cayeron un par de gotas. Pequeños
rocíos que no venían de los ojos de Juan, a punto de reventar por el llanto
contenido. Tampoco era lluvia, pues ese día era caluroso y las nubes se habían
ido lejos. Las gotas pronto se convirtieron en delgados hilos… de baba, y Juan
pudo ver que a sus espaldas estaba parado, respirando de forma acelerada, un demonio.
Sí,
un pinche demonio del infierno.
La bestia, un soldado del Hades, cuya carne negra había sido quemada y lacerada desde
su creación en los rincones malditos del infierno, miró fijamente el celular de
Juan, y luego a su poseedor. El estudiante, por su parte, sintió como la vida
misma se le salía por la boca. Todo a su alrededor estaba en llamas, y su
escuela ardía, con cientos de cuerpos que se fundían en las flamas.
Si
Juan no hubiera estado tan apendejado en su celular, se habría dado cuenta que
en el patio de su universidad se había abierto hace cinco minutos un portal del
infierno, por el que satanás estaba invadiendo la Tierra.
Si
Juan no hubiera estado conteniendo el llanto, habría sentido que desde hace dos
minutos un soldado infernal lo estaba mirando, con sus enormes ojos rojos sin
pupilas y una mandíbula cuyos dientes, afilados como navajas, formaban una
macabra sonrisa.
El
joven jamás soltó su celular. Quizás para ese momento, a las puertas de la muerte,
podría haber pensado en algo mejor que escribir, o despedirse de alguien que si
lo hubiera amado hasta sus últimos momentos. Con los nervios, no se dio cuenta
que sus dedos presionaron el icono de la “caca sonriente” en WhatsApp y se lo
mandó a su ahora ex novia.
No hubo tiempo para
más. El soldado atravesó el pecho de Juan, extrayendo su corazón, todavía
latiendo, y devorándolo en segundos. El estudiante cayó pesadamente sobre las
escaleras y rodó, mientras más y más seres demoníacos se le acercaban. Sus ojos reflejaban el terror de sus últimos suspiros. Sus ojos lo decían todo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario