WALL•E, el fenómeno mecánico de Pixar

¿Cuántos participaron en el programa de reforestación del pasado fin de semana? No me cuelgo ningún Santo pero debo decir que hasta ganas me dieron de sumarme luego de ver la cinta "WALL•E", lástima que sólo ofrecieron pinos y no "árboles de pizza".
Quienes la vieron no me dejarán mentir que el escenario posible que creó Andrew Stanton les ha pasado más de alguna vez por la mente: ¿Qué le sucederá al planeta cuando la sobreproducción de basura -entre muchos otros "milagritos" con los que contribuimos- haga insostenible la vida? Sin ponerme muy ecologista -que al final del día es gran parte del mensaje de la casa productora Disney-Pixar en este noveno proyecto-, la historia es encantadora.
Para los amantes de las propuestas de Disney-Pixar tal vez les sorprenderá saber que cuando Stanton trabajaba en la animación de Toy Story, el primer filme de la casa productora, ya rondaba en la cabeza del director la posibilidad de realizar una cinta animada de ciencia-ficción donde los robots fueran los protagonistas. Pues finalmente lo logró, y aunque a diferencia de proyectos como Kung Fu Panda, que llegó a las salas este verano acompañadas de una tremenda mercadotecnia, "WALL•E" llegó acompañada de sus circuitos integrados y mucho corazón.
Habrá quienes le habrán encontrado varios defectos, los tiene. Más allá de varias licencias narrativas entre las que destacan el porqué un robot logra desarrollar sentimientos, o cómo de repente tiene la capacidad de hablar luego de 700 años en silencio mientras tenía contacto con el idioma inglés a través de la repetición hasta el cansancio de la cinta "Hello, Dolly!", el obsoleto robot que es más un depósito de desechos ambulante que una máquina de primera, es una delicia a los ojos de chicos y grandes.
No necesita hablar para entenderlo y sorprenderá saber que tanto en inglés como en español hubo actores de doblaje para todos los robots principales, sin embargo el encanto de "WALL•E" radica en su expresión, a pesar de no tener rostro, y en su tenacidad, a pesar de ser una caja destartalada, además del mensaje que logra transmitir en una sola palabra dicha con todos sus transistores funcionando y toda su reserva de energía solar: "Eeeeeva".
Antes de su estreno mucho se habló de su referente obligado a las películas de cine mudo de los años veinte durante los primeros 40 minutos de proyección, ya que la ausencia de diálogos obliga la introspección del personaje, a la meticulosa y afanosa tarea que no cesa de repetir, y a las complicaciones en las que se encuentra cuando descubre lo que es estar enamorado.
La actitud del protagonista resulta en resumidas cuentas ser el espíritu más humano de la cinta y quien le deja un aprendizaje a todos los hombres que viven 700 años en el futuro: el poder del libre albedrío.